Madrid, Espana, 09 Julio 2009
Finalmente el día de salir para Colonia había llegado. Hacía unos cuantos días que estaba viviendo en un hotel. Una vez conseguido el reemplazo para Diego, no había mucho más sitio en el piso. En la parte positiva, puesto que el retraso se debí a que no todo estaba listo en Colonia, el hotel lo pagaba InGnio InGnieros. Mi primera noche allí había sido a la vuelta de la cena de despedida de mis amigos y compañeros en Madrid y me había costado un poco encontrar mi habitación.
El hotel estaba situado cerca, en la calle Moscatelar, muy cerca del metro de Arturo Soria y hacia allí me encaminé a la manana siguiente con mis tres maletas y mi mochila. No era poco, pero eran mis posesiones terrenales.
Durante mi época de estudiante y después de graduarme, me había movido bastante y siempre había tenido que deshacerme de algunas de mis propiedades más preciadas, mis libros. En cualquier caso, allí estaba yo dirección al aeropuerto nuevamente, esta vez bien cargado.
Tenía una extrana pero familiar sensación. A pesar de que estaba seguro de que volvería a Madrid, todo sería diferente después. Era la última vez que estaba allí como residente y todas las cosas que hoy no veía, tapadas por el velo de la rutina, serían en un futuro distantes recuerdos. Los colores, olores y ruidos... esas sensaciones casi imperceptibles pronto se desvanecerían en los rincones de mi memoria y aquellos momentos eran los últimos para sentirlos conscientemente. Si las previsiones de Boone eran ciertas, sería algo que se perdería para siempre, no solo en mi memoria.
El traqueteo del tren me llevó finalmente al aeropuerto, donde embarqué en un vuelo de Iberia para Düsseldorf. Después de alguna aventura llegué al hotel donde me iba a alojar.
Por primera vez en el día, entre las paredes crema y los muebles grises, pude permitirme un momento de reflexión. Al día siguiente tendría que ir a ver a Silke y encontrarme con Jesús en un café cerca de Eigelstein-Torburg
El hotel estaba situado cerca, en la calle Moscatelar, muy cerca del metro de Arturo Soria y hacia allí me encaminé a la manana siguiente con mis tres maletas y mi mochila. No era poco, pero eran mis posesiones terrenales.
Durante mi época de estudiante y después de graduarme, me había movido bastante y siempre había tenido que deshacerme de algunas de mis propiedades más preciadas, mis libros. En cualquier caso, allí estaba yo dirección al aeropuerto nuevamente, esta vez bien cargado.
Tenía una extrana pero familiar sensación. A pesar de que estaba seguro de que volvería a Madrid, todo sería diferente después. Era la última vez que estaba allí como residente y todas las cosas que hoy no veía, tapadas por el velo de la rutina, serían en un futuro distantes recuerdos. Los colores, olores y ruidos... esas sensaciones casi imperceptibles pronto se desvanecerían en los rincones de mi memoria y aquellos momentos eran los últimos para sentirlos conscientemente. Si las previsiones de Boone eran ciertas, sería algo que se perdería para siempre, no solo en mi memoria.
El traqueteo del tren me llevó finalmente al aeropuerto, donde embarqué en un vuelo de Iberia para Düsseldorf. Después de alguna aventura llegué al hotel donde me iba a alojar.
Por primera vez en el día, entre las paredes crema y los muebles grises, pude permitirme un momento de reflexión. Al día siguiente tendría que ir a ver a Silke y encontrarme con Jesús en un café cerca de Eigelstein-Torburg
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