jueves, 29 de junio de 2017

Capítulo 1 - III


El resto de los tres días pasó veloz. El principal objetivo del viaje era la realización de pruebas. Habíamos desarrollado varios conceptos y necesitábamos probarlos. Ninguno de nosotros era demasiado optimista al respecto y por esa razón no habíamos invitado al cliente. Se trataba de pruebas internas. En realidad, pasé la mayor parte del primer día balbuceando en alemán y pidiendo traducciones en el taller y siguiendo marañas de cables desde sensores a ordenadores prehistóricos llenos de grasa una vez seguros de que estábamos recibiendo datos y que estos eran plausibles comenzaba la parte de las pruebas en sí.

Obviamente habíamos preparado un plan de las cosas que queríamos probar, porque es lo que hay que hacer. No obstante, como en la mayoría de los casos, después de 5 minutos estuvo claro que no podíamos medir ciertas cosas, que la instrumentación para otras no funcionaba como queríamos, problemas de compatibilidad... las pruebas en sí son de lo más relajado, la preparación es la parte complicada.

No era hasta la noche cuando podía mi mente volver al extraño incidente de la primera noche. Durante al menos una hora, cuando regresaba al hotel, leía aquel legajo, que resultó  ser el archivo de nuestras conversaciones a través de IRC, al principio y después en Napster.

Boone y yo no eramos, lo que se dice, amigos. Resulta, quizás, con la perspectiva actual, un poco raro hablar de "`la gente que conoces por Internet"', pero a mediados de los 90 era algo totalmente nuevo para lo que no estábamos preparados. En principio intercambiar unos mensajes sobre cuándo te vas a conectar y qué vas a subir no son gran cosa. Sin embargo en la intimidad y seguridad de tu habitación y referencias a la música que uno ama dieron lugar relativamente rápido a una especie de relación amistosa y, con el tiempo, a conocernos un poco... aunque no nos definiría como amigos.

Cuando Napster cerró  en 2001 perdimos el contacto y al final del legajo  había un par de correos que intercambiamos. El  ultimo era de febrero del 2002; por mi parte comentaba mi  poca de exámenes y  él me contaba que estaba trabajando con un par de matemáticos para desarrollar código de análisis. Nada más de John Boone hasta unos días atrás. Él había dicho que hablaríamos en el vuelo, así que cuando me preparé para volver, estaba expectante y nervioso. ¿Acaso estaba John como una cabra?,  ¿Por qué  se  había aproximado a mí  así ? y sobre todo.  ¿Qué  era toda esa historia del superespía y el señor Roberts?. 


La autopista que conduce al aeropuerto est transitada por miles de camiones que cruzan Austria hacia el Oeste de Europa, sin embargo los taxistas locales están sobradamente preparados para lidiar con el tráfico espeso e impredecible. Su táctica parece estar basada en conducir impredeciblemente y  nunca quedarse en la misma posición relativa respecto a otro vehículo; Utilizando los arcenes si se presenta la menor oportunidad y sobre todo, exprimiendo el motor al máximo. En este modo de conducción, los espejos retrovisores son simplemente una se al del galibo del vehículo. Tras veinticinco tensos minutos de distendida charla por parte del conductor, me despedí cordialmente pidiéndole un recibo, Eine Rechnung, bitte, entré en la terminal y seguí el tedioso procedimiento para poder subir a un avión.

El aeropuerto de Viena es ligeramente diferente a lo que se estila en los aeropuertos  Europeos. La zona de acceso libre antes del control es relativamente pequeña, sosa e incómoda, lo cual no es excesivamente extraño.


Después de los mostradores el viajero se encuentra a continuación un control de billetes bastante somero y accede a una zona de tiendas profusamente explotada. Esta zona está constantemente abarrotada. En la periferia de este área se encuentran las puertas de embarque. La novedad consiste en que cada puerta de embarque tiene su propio control de seguridad, al que el pasajero no puede acceder hasta que su vuelo se anuncia. Eso trastoca un poco las rutinas. Generalmente uno pasa el control y se puede relajar, sabiendo que no le será necesario desnudarse, ni explicarle a ningún agente de seguridad por qué a uno le gustaría llevarse el líquido de las lentillas a casa y que la tableta de chocolate que acaba de comprar no contiene ningún explosivo. En Viena no es así. El aeropuerto parece dispuesto para tentar al viajero y después castigarle en el control. Después del control uno accede a una pequeña sala de espera, donde los viajeros recientemente escaneados
están tensos porque faltan 5 minutos para la salida del avión. Lo único a ganar es que en la sala de embarque (en este caso una auténtica sala de embarque) no hay el ambiente soporífero de espera normal.


Conociendo estas circunstancias, simplemente me encaminé a comprobar
mi puerta, ojear en busca de John-Roberts en los alrededores, y posteriormente
deambular por el aeropuerto viendo camisas, juguetes sexuales y mayormente, pensando en lo que suceder a en las próximas horas. Cuando nalmente anunciaron mi vuelo, me dirigí disciplinadamente a la cola, preparando para sacar todos mis líquidos, nervioso y buscando a John-Roberts. Sin embargo no había rastro de él.


La sala de embarque estaba abarrotada, lo que me hizo pensar que posiblemente el vuelo fuese lleno. A pesar de no volar en clase bussiness, había conseguido un asiento relativamente hacia el frente del avión, por lo que es posible que al día siguiente pudiese caminar. Es una pena que el logro tecnológico de transportar a miles de personas diariamente por el aire se vea deslucido porque estas personas pierden movilidad al tener que sujetarse las rodillas con los dientes durante la duración del vuelo, dados los exiguos espacios entre asientos. La disposición era de dos columnas de tres asientos, y el mío estaba en el pasillo, justo detrás de los de clase bussiness. John-Roberts llegó poco después de sentarme y abrocharme el cinturón. Como siempre sucede con el vecino de asiento, así que me tuve que levantar para dejarle pasar. Me saludó con la cabeza sin especial entusiasmo y se sentó a mi izquierda. Llevaba el mismo traje que el día de nuestro encuentro, con una espantosa corbata rosa.


Como anochecía, después de la demostración de seguridad, apagaron las luces de la cabina. Entonces John-Roberts se inclinó hacia mí y me dijo: Tengo mucho que contarte por primera vez, noté cierta nota de  ansiedad en su voz. En respuesta asentí con la  cabeza y abrí las manos, invitándole a continuar.


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