domingo, 18 de junio de 2017

Capítulo 1: Un encuentro improbable I

Navegar un trolley por un mar de gente que para nada tiene en mente ayudar a esta navegación es algo que me irrita. Además, cuando uno baja del avión en un aeropuerto nuevo, debe prestar atención a las señales y los carteles que le dirigen a uno hacia una probable salida, lo que no facilita en nada la navegación. Por esta razón pre fiero viajar con una bandolera como equipaje de mano.

Así que allí estaba yo, después de haber dejado atrás la abarrotada terminal, tras abrirme camino a base de hundir mi bandolera en las costillas de quien estuviera despistado mirando los monitores, corbatas a precios ofensivos o la oportunidad de reducir unos años su vida con una comida. Me sentía razonablemente satisfecho de haber dejado atrás a la aglomeración y encontrado una vía de escape. Me dirigí con paso decidido hacia la salida, alejando el aeropuerto de mi pensamiento tan rápido como me era posible.

De la nada salió un hombre grueso, de gruesas gafas de pasta. Moviéndose a increíble velocidad, y con increíble desconsideración, cortó mi paso. El choque casi me hizo perder el equilibrio, alterado por el peso de mi propia bolsa. El tipo se giró, extraordinariamente serio, mirada azul oscura, fija tras las lentes, también gruesas. Me sujetó el brazo izquierdo con una fuerza y agilidad inesperadas. Disculpe dijo en inglés con fuerte acento norteamericano  
¿Se encuentra bien? .
Si, si. Disculpe usted.  
Me moví hacia la derecha y seguí caminando. Las normas sociales impiden abrirle la cabeza a alguien con una papelera en estas circunstancias y, a n de cuentas, no tiene ningún sentido discutir, por lo que, en mi opinión, es preferible limitar las discusiones sin sentido. Uno vive más.

 Mi odio hacia los viajes de trabajo se debe a que uno nunca puede dictar su propio ritmo. Debe plegarse a las necesidades laborales. Lo bueno son los taxis. Cuando llegué al hotel, seguí mi  tradición de darme diez minutos para acostumbrarme al ambiente, lavarme un poco, buscar las salidas de emergencia y reconocer un poco la zona. Al quitarme la chaqueta, hurgué en los bolsillos para  recuperar todos los pequeños papeles que uno acumula durante el viaje, tickets, resguardos, notas. . .
Dejé la bandolera sobre la bandeja para equipajes, encendí la televisión en un canal aleatorio (el truco consiste en apretar botones sin demasiada expectación) simplemente para tener algo de compañía en la habitación.
Generous hotel room


Abrí la bolsa y saqué mi neceser. Después de encender todas las luces de la habitación (la misma teoría que con el mando de la televisión) inspeccioné el baño y colgué la bolsa de aseo detrás de la puerta del baño. Me quité la camisa, me lavé un poco y me puse una camiseta. Ya estaba listo para
cenar.

TV on for some company

Cuando bajé a la recepción del hotel, miré con innoble satisfacción las caras de los recién llegados, cansados y con equipaje, mientras me dirigía hacia el bar. Fuera empezaba a oscurecer y se acercaba la hora de cenar. Otra de las cosas buenas de los viajes de trabajo es club class. Ese área especial reservada para la gente que viaja, que tiene dinero, o que está de luna de miel, que funciona 24 h al día. Así pues, armado con un plato, me dirigí al bufe libre. Esquivé los hombres de negocios que habían encontrado la barra libre y me acomodé en una zona tranquila del salón. Lo malo es que alojarse en club class no es algo habitual. Por un lado es más caro y, en los casos en los que no lo es, quien hace la reserva no es quien va, así que ¿para qué?  En este caso, mi suerte se debía exclusivamente a que no había otra opción.
Disculpe, ¿está libre este sitio? Levanté la vista de mi trabajo con el
queso y las tostadas para encontrarme una cara vagamente familiar.

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