jueves, 9 de noviembre de 2017

Capítulo 4 VII

Era tarde cuando llegué a casa. Tenía hambre y después de saludar a Diego, que estaba despatarrado en el sofá viendo uno de esos documentales del Discovery Channel donde te muestran cómo se hace algo, narrado por un comentarista especializado en el seguimiento de grandes dramas... Por qué? bueno "` El cocinero servirá ahora los yogures en el plato. Si comete un error, los 200 invitados podrían intoxicarse y morir. Aún peor, en el caso de una elección errónea de los vasos para los yogures, éstos podrían explotar a causa del gradiente térmico, lanzando miles de astillas de cristal en todas direcciones..."'. Como tenía hambre, abrí la puerta de mi habitación y en un fluido movimiento, lancé mi mochila sobre la cama. Ya me había girado, cuando desde la oscuridad un satisfactorio "`boing"' confirmó que la bolsa había aterrizado como planeado.

-- Déjame pillar algo de cena y ahora voy -- dije como respuesta a los murmullos que llegaban desde el salón, y me dirigí a la cocina.

Bajo la zumbante luz blanca abrí el armario donde guardaba mi despensa seca, latas, café y similares. Cogí un punado de almendras y saqué una de mis raciones en tupper de sopa. En invierno solía hacer sopa los fines de semana, en la pota más grande que teníamos, que por cierto era bastante grande y posiblemente tenía 50 años y la dividía en tuppers de entre una y tres porciones y lo congelaba. Cierto es que nuestro congelador era diminuto y yo ocupaba prácticamente todo, pero Diego desconfiaba  los congeladores y de la comida congelada. Como el vetusto microondas había claudicado, incluso una pizza congelada tenía que ser cocinada en el horno. Diego y la cocina... bueno. Aún recuerdo su primera pizza congelada, cuando me preguntó cómo funcionaba el horno.

-- Éste dial de aquí controla la temperatura y este otro controla qué resistencias están activas. Cuando se apague la luz es que ha alcanzado la temperatura -- Alternaba su mirada entre mi persona y el horno. cuándo, ante su inactividad, moví los díales, Diego abrió los ojos aún más y con el sonoro clic al conmutar las posiciones de calentamiento dejó escapar un jadeo. Se pasó los 20 minutos que decían las instrucciones mirando por la ventana del horno, lo cual, para ser sincero, no me parece tan extrano, pues yo mismo lo hago cuando uso el horno. Aquel día, Diego se convirtió en un hombre, rezumaba orgullo e incluso llamó a su madre para contárselo.
-- Ma, hoy he hecho una pizza en el horno yo solito -- le dijo sobre el plato aún caliente y con una sonrisa beatífica en el rostro.

En cualquier caso, me senté con Diego en el salón mientras la sopa se calentaba y masticaba algo de jamón y queso. Pronto tendría que decirle a Diego que me iba a ir del piso y que iba a cambiar de trabajo, quizás en orden inverso mejor... y por otra parte tenía que encontrar un alojamiento en Colonia. Pero aquella noche y en aquel momento, sólo quería ver qué pasaba con la construcción de aquel jodido Túnel y escuchar los comentarios de Diego.

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