jueves, 28 de diciembre de 2017

Capítulo 4 X

Me detuve entre dos coches aparcados y me giré, ligeramente irritado. Al fin y al cabo la calle era suficientemente ancha como para un coche, que era como sonaba el vehículo. El vehículo en concreto era un corsa C negro. O, según el fabricante,  MIDNIGHT BLACK MET. Pero eso lo sabría después cuando mirase en el compartimento del motor. En aquel momento era negro y la cara sonriente de Jesús era visible en el asiento del conductor, con la ventanilla a media altura. Sabía que lo hacía para evitar ser reconocido en los vídeos de seguridad. El Opel siguió moviéndose unos cuantos metros, simplemente rodando, y liberándome así de quedarme encerrado entre los coches aparcados y el Opel. Crucé al otro lado y caminé paralelo al Corsa hasta poder abrir la puerta del pasajero y sentarme. Sin mirar hacia mí ni esperar a que me pusiera el cinturón, Jesús arrancó. No de una forma brusca, por cierto. Al cabo de pocos metros giró para entrar en la calle principal, aunque yo no estaba prestando atención. Después de conseguir embutir la mochila entre mis piernas, estaba luchando por enganchar el cinturón, que estaba empeñado en quedarse a media altura.

Cuando estaba compuesto y miré hacia adelante, Jesús estaba tomando la curva hacia la M-40 dirección sur, dejando los rascacielos de Madrid a nuestras espaldas. Alrededor de la carretera, campos de alta hierba amarilla estaban marcados por ocasionales edificios. Jesús pulsó el botón de pausa en la radio y el ritmo de Madness, my girl llegó a un volumen razonable desde los altavoces. Por alguna razón que desconocía Jesús era un fan de Madness y tenía todos sus discos. Tenía mucha más música, pero siempre parecía estar escuchando Madness. Observé el USB que sobresalía del panel frontal de la radio y suspiré.

En pocos minutos le expliqué mi conversación con Natalia y los dos acordamos que posiblemente la gente de Madrid no estaba demasiado contenta con el trato y querían saber quién era yo. De todas formas acordamos que iría y el sábado empezaríamos a trabajar en mi lista de contactos, preparando el primer reclutamiento. Por unos minutos rodamos en silencio hacia el sur, atravesando el largo atardecer de Madrid en aquel principio de verano. Mi mente saltaba de unas ideas a otras mientras los primeros acordes de "`land of Confusion"' empezaban a sonar. Parecía impensable que aquella ciudad que se extendía a lo lejos pronto dejaría de estar cocida bajo el sol para convirtiese en una llanura inhóspita y azotada por vientos gélidos. También parecía impensable en lo que yo me estaba metiendo...
... This is the world we live in
And these are the hands we're given
Use them and let's start trying
To make it a place worth living in.
...

Cuando llegamos a la ciudad, no lejos de mi piso, pero no muy cerca, Jesús ejecutó la maniobra que habíamos practicado muchas veces. En una zona de poca circulación, después de un giro, me bajé del coche. Jesús apenas frenando siguió con su camino. Yo crucé la carretera rápido y seguí por un camino sólo para peatones, cruzando un parque. H de reconocer que el parque era diminuto y en pocos pasos estaba entre altos edificios residenciales construidos en los anos 60. Pero yo había hecho mis deberes y conocía aquella zona como la palma de mi mano. Minutos después caminaba a buen paso por la Avenida Bucamanga hacia casa. Aquella noche, mientras oía el extrano sonido del metro transmitido por el aire todavía cálido, pensaba en cómo iban a salir las cosas...

Al llegar a casa me encontré a Diego cocinando. Había abierto una lata de bonito con tomate y lo estaba sirviendo cuidadosamente en un plato. El plato era posiblemente el plato más pequeno que teníamos y era el que Diego en sus buenos días ponía debajo de su bol de cereales. Diego parecía preocupado de que la lata tuviese más dimensiones de las normales, pues, con la parte abierta más o menos hacia abajo, intentaba mirar dentro, y hacia arriba. Para no alejar demasiado la lata del plato Diego estaba en una posición semiencogida. Cuando hacía estas cosas se concentraba totalmente, por lo que era mejor dejarle. Le saludé y fui a mi habitación a dejar las cosas.

Cuando salí, Diego seguía en la misma posición, pero apenas unas gotas de aceite caían.

-- Puedes dejar la lata en el fregadero, así es fácil de limpiar --
-- Buena idea! -
- Como un origami, Diego se desdobló y dejó cuidadosamente la lata en el fregadero.
--Qué te cuentas? --
-- El fin de semana tengo que trabajar --
Diego me hablaba con el plato en la mano, en el medio de la cocina.-- Le he pedido a mi jefe que me devuelva el dinero del vuelo y me ha dicho que no --

Asentí con la cabeza, le dejé espacio para pasar y le dije -- Siéntate cómodo, voy a pillar algo de comer y ahora voy -- Con tantas cosas como estaban sucediendo en mi vida, no tenía demasiado tiempo para cocinar. Abrí el congelador con algo de esperanza, pero lo único que había allí era una bolsa de frío para cuando me destrozaba la rodilla corriendo y la bandeja de hielos que llenamos cuando nos mudamos, porque, según Diego, tener hielos siempre viene bien.

En el frigorífico la situación no estaba mucho mejor, pero había unas lonchas de queso y lo que había sobrevivido de un tomate. Cundo cerré la puerta del frigorífico pude escuchar a Diego en el salón, haciendo conversación.

-- ...y dice que por qué me va a tener que devolver el dinero si me paga las horas extras, es una vergüenza ...-- En mi armario tenía que haber algo de pan en lonchas, que resultó ser una rebanada y el final del paquete. Suspiré y corté el tomate en rodajas. En ese momento me dí cuenta de que no había visto a Diego calentar su cena.

-- Has calentado eso que te estás comiendo? --
-- No --
-- Por qué? --
-- No puedes meter una lata en el microondas --
respondió la voz cansada desde la cocina, mientras me limpiaba las manos con el trapo
-- Pero el plato lo puedes meter -- Cogí mi ídem y me dirigí al salón. No había recibido una respuesta y al salir por la puerta pude ver a Diego con la mirada fija en la puerta de la cocina.

Después de unos minutos de silencio, cuando yo ya me había sentado y estaba masticando diligentemente mi bocadillo, Diego se giró hacia mí con ojos vidriosos. Con la  boca llena, puse la mano más o menos a la altura donde se suponía que hablar era educado y le dije:

-- Horas extra, vuelo --


La vida retornó a sus ojos y durante los siguientes 20 minutos Diego me explicó lo que pensaba de la sociedad moderna y el hecho de haber estudiado y tener entusiasmo y entrega en el trabajo para no poder disfrutar de la vida. A la vista de las circunstancias decidí no alterarle más con mis noticias.

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