La exposición me daba la cobertura que necesitaba para entrar en el hotel, pero obviamente antes debía perderme un poco en el museo de historia natural.
Cuando uno está en un museo, especialmente en uno tan grande como el de historia natural, no es extraño volver sobre los pasos de uno mismo, girar en redondo y seguir un camino errático, lo que lleva a hacerse una idea de quienes son las personas que están en la sala.
Después de dos horas en el museo, el cual me decepcionó hasta cierto punto, pues muchas de las exhibiciones eran antiguas, proseguí con el plan. A la hora convenida paré a comprar un café para llevar en el local convenido, con lo que daba a entender que el plan seguía adelante sin problema y, con el plano del hotel en la mente, conseguí navegar hasta el hotel. Siguiendo con el paripé me detuve frente al cartel donde se promocionaba la exposición, lo leí cuidadosamente y acto seguido me dirigí decididamente hacia la corta escalinata que llevaba al vestíbulo. Allí, sentado en la recepción, un hombre de piel oscura, aspecto aburrido y corbata barata en una camisa blanca inmaculada, entró en una acelerada actividad, saludándome, levantándose e invitándome a entrar.
Con una sonrisa tímida se lo agradecí. O al menos esperaba que mi nerviosismo pudiese ser interpretado como timidez. Después de preguntar por la exhibición, el amable recepcionista me envió hacia su izquierda, a través de un corto y oscuro corredor hacia una puerta de doble hoja. Yo ya sabía que la exhibición se encontraba detrás de esa puerta, en una sala alargada, con altos ventanales a la izquierda. Lo que no sabía es que estaba panelada con algún tipo de madera oscura y con el suelo cubierto con baldosas blancas y negras. La exhibición estaba dispuesta en un eje central y sobre la pared de la derecha. A primera vista, había unas 15 personas en la sala, casi todas solas, o eso parecía.
Después de unos pasos llegué a mi objetivo. Un cartel que representaba una vista sobre el océano, con el mar de un color azul oscuro y el cielo de un rojo sangre. En el medio, una silueta de un barco se hundía por la proa, con la popa en el aire y la chimenea aún escupiendo humo. Esta imagen era el fondo del lema "` Loose lips might sink ships"'. La simplicidad del mensaje, los colores y en general todo el mensaje son inesperadamente potentes, como en tantos otros carteles de la época.
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