jueves, 17 de agosto de 2017

Capítulo 3 III

El punto de encuentro,acorde a la información,  sería un bar en Bélgica, en Bruselas. La llegada sería a través del aeropuerto de Bruselas y nos encontraríamos paseando en un parque junto a la estación central.


La T4 de Madrid

Mientras esperaba en la T4 del aeropuerto de Madrid, me dí cuneta de que mi forma de pensar había cambiado un poco. Inicialmente pensaba más bien de qué va todo esto y ahora estaba pensando  a cómo hacer todo esto. Parecía que la decisión estaba tomada. Sin grandes preguntas filosóficas, aparentemente. Viéndolo en perspectiva, la situación era sencilla. El futuro se pone jodido por el camino previsto y te están ofreciendo un desvío alternativo ahora. Por otra parte, la inercia se resistía a hacer cambios tan radicales... Al menos se suponía que habría cambios radicales en mi vida, a juzgar por lo que preparaba mi amiguete.

En el vuelo repasé todos los puntos interesantes. Boone me había prevenido de llevar ninguna nota manuscrita y sólo llevaba conmigo el pequeño ordenador. Entre las instrucciones que tenía, debía encenderlo el día antes de salir. Mi contraseña seguía siendo válida, pero ahora el ordenador apenas contenía algunos artículos sobre rotura de aleaciones de aluminio. Por lo tanto, debía confiar en mi memoria, por lo que repasaba los puntos más importantes. Como el vuelo no era muy largo, aún podía caminar cuando me bajé del avión. Era ya de noche y hacía frío en Bruselas. Lo mejor era que mi hotel estaba justo en frente del aeropuerto, simplemente cruzar la calle.

Bélgica siempre me resultaba extraño. En sus infraestructuras de viajes un podía grabar una película de terror sin ningún extra y sin nada de efectos especiales, la sensación estaba allí, pero todo funcionaba y todo era moderno y nada parecía especialmente diseñado para dar miedo. Mientras me dirigía por un túnel, con dos pasillos rodantes hacía la salida, decidí vigilar a mi alrededor. El techo era relativamente alto, pero la única luz provenía de unos tubos colocados casi al nivel del suelo, a ambos lados del pasillo rodante. Estas luces, algunas azuladas y algunas tilitantes, proyectaban extrañas sombras sobre los viajeros, que se movían, como insectos gigantes, a contra luz. Imposible reconocer las caras, los abrigos y bolsas enviaban sombras extrañas, haciendo que reprimiese mi impulso de patear a una niña que caminaba de la mano junto a su madre. La ropa invernal y el caminar incómodo de ambas, hacía que pareciese, a contra luz, una extraña avanzadilla de zombies. El pasillo tenía varios giros, por lo que no era posible ver el la salida, sino caminar, totalmente cegado, de un pasillo rodante al siguiente. Las zonas sin pasillo estaban a oscuras, pero al mirar hacia abajo al final del pasillo... bang. Los tubos de luz en el pasillo se confabulaban en el punto de fuga para quemarte la retina.

El pasillo rodante terminaba muy cerca de la puerta, con lo que la madre prácticamente cargo contra la puerta, embistiéndola. Justo a tiempo pudo poner una mano para la niña y otra para la puerta, pero no tenía una buena posición para abrir la pesada puerta. Sin estar muy convencido de que no me iban a morder, abrí la puerta y, desde mi cintura, la madre sonrió y dijo algo, probablemente en francés y probablemente sin darse cuenta de que yo estaba allí... sus pupilas muy contraídas. Probablemente todos esos pasillos iluminados caminando agachada de la mano de la niña no le habían mejorado su visión nocturna.

El espacio entre el hotel y el aeropuerto es la típica bahía de taxis, con el suelo pintado de paso de cebra durante 100 metros de largo y que todo el mundo ignora. sin embargo allí no había ningún taxi, ni nadie que pareciese un pasajero. Simplemente había dos coches, un camión de bomberos y, añadida a la luz amarilla de las farolas, las luces estroboscópicas azules del camión de bomberos. Uno de los bomberos le gritaba a la conductora de uno de los coches, mientras otro hablaba con una señorita rubia que tenía una maleta,ajeno a todo lo demás. Por la posición del primer bombero y el coche, parece que tenían un desacuerdo sobre quién tenía preferencia. Obviamente el bombero estaba haciendo algo con el primer coche y se trataba de una emergencia (como atestiguaba el segundo bombero) y la conductora señalaba enfáticamente hacia adelante mientras gritaba en francés. Tres pequeños rubios aterrorizados miraban desde el asiento de atrás.
Cuidadosamente rodee cualquier cosa que estuviese sucediendo allí y llamé al ascensor. Cuando este llegó cuatro bomberos salieron de él y caminaron charlando hacia el camión, ajenos por completo a sus dos compañeros, el coche, la chica y a mí. una vez en el ascensor comprobé cuál era el piso del hotel, mientras empezaba a subir. Ninguno, bien, ascensor equivocado. El ascensor se paró en el primer piso y subió un bombero, con el casco puesto. Llegamos al segundo y, en ese momento pulsé el botón de bajar. Ajeno a mí el bombero lo pulsó también. Llegamos abajo y los dos salimos. Él para reunirse con sus compañeros alrededor del camión y yo para leer el cartel convenientemente escondido que apuntaba hacia el hotel.

El sheraton está al lado de un aparcamiento, junto al aeropuerto, pero es el Sheraton. El hotel tenía un amplio patio interior, cuyo suelo de cristal servía de techo al salón de desayuno. Como todo en el interior del patio estaba sucio y lleno de tuberías y equipos auxiliares, las luces del salón hacían los cristales opacos. Práctico. El mostrador era ridículamente pequeño comparado con la enorme recepción y la chica era nueva. Se la veía incómoda en el traje y estaba claro que tenía un meticuloso guión que seguir. Cada pocos minutos, su tono de voz cambiaba y miraba al vacío, recordando los pasos. Era una chica muy bonita, con una buena figura que el traje mostraba porque era posiblemente dos tallas más pequeño. Mis intentos de mostrarme agradable conseguían sacarla de su guión, sonriendo con más intensidad, pero un vistazo a la pantalla servía para que su sonrisa se volviese profesional y seguir su guión. No le sirvió de mucho, pues el ordenador falló, después de varios intentos confesó que no sabía seguir y debía esperar a que una compañera le ayudase, a lo que siguieron disculpas por tenerme allí de pié. Le aseguré que no tenía nada mejor que hacer y que estaba allí encantado y que, lamentablemente, yo no podía ayudarle con el ordenador. Esa afirmación no ayudó demasiado a su confusión, pero finalmente sonrió. Se movió incómoda, posiblemente pensando si era correcto charla intrascendente con un cliente. Seguramente le habían dicho que no podía dejar a nadie solo, o le gustaba mi compañía porque esperamos hasta que pudo captar la atención de una de las chicas del bar y le dijo en francés que fuese a buscar a la caballería. Era la primera vez que la oía hablar en francés. Su inglés tenía fuerte acento americano, demasiado quizá, y hablaba con gran cuidado. Lo único que entendí del francés fue la ansiedad de su voz, así que le aseguré que no había ningún problema, lo que pareció ponerla aún más nerviosa.

20 minutos después estaba entrando en la habitación, recordando aún el nombre en la placa de mi amiga de recepción. Tal vez la próxima vez. Cerré la puerta con el pie. Tarjeta en el zócalo y BANG! luz amarilla bañaba todos mis dominios, que están enmarcados en imitación de madera oscura y papel de pared blanco nuclear. Me dí la vuelta y cerré el seguro de la puerta e inspeccioné la salida de incendios. Llevaba directamente a la recepción, pero no ocurría nada que pudiese justificar como emergencia, así que dirigí mi atención al siguiente punto. Inspección en el baño, correcto. Habitación, correcto. Encendí la televisión para tener compañía y miré por la ventana. Tres pisos más abajo, entre la nieve semi fundida y sucia y unas cuantas tuberías, se filtraba una luz amarilla y lo que parecían ser mesas y sillas. Un salón. Las cortinas volvieron a su sitio mientras me iba a la ducha.

A la mañana siguiente mi recepcionista favorita no estaba en el turno, lo cual no era una sorpresa. El desayuno se servía en la sala de techo acristalado y, para evitar sorpresas, no miré hacia arriba. No tenía ningunas ganas de ver en detalle los bultos sospechosos que se veían desde arriba.

El desayuno buffet en los hoteles es algo que tiene la propiedad de dejarme un tanto confuso. Me explico: No soy una persona de buen despertar, así que siempre estoy dormido. En estos sitios la gente zigzaguea como trazadoras en un ataque kamikaze con lo cual uno debe estar más atento a la navegación que a lo que quiere comer. por otra parte, hay toneladas de comida en exhibición. Uno debe decidir, cosa no demasiado fácil cuando está dormido. Además resulta contradictorio que aunque la comida se la sirve uno, el café no y debe luchar por cruzar la mirada con el camarero. Dado que casi todo se lo sirve uno, no se necesita mucho servicio, por lo que el camarero está siempre ocupado.

En fin. Me senté con un plato de cosas variadas, zumo y unos cereales para tratar de cazar al camarero. Éste era eficiente y no muy hablador. Depositó un termo en mi mesa y siguió con su tarea mientras yo decidía en qué poder comer las cosas y qué me faltaba... y es que siempre falta algo. La cuchara, una servilleta o azúcar. No me apetecía volver a la zona batida, pero en este caso tenía un montón de pan y nada de mermelada. Me aventuré y volví presuroso con mi botín. Eran las 0700 y tenía tiempo. Mi cita era a las 0900. Desayuné con calma y subí a mi habitación para prepararme para el día. No volvería a este hotel, así que me llevaría todo conmigo. Todo no era mucho, llevaba una bolsa que se podía convertir en mochila y ropa para el fin de semana. La habitación estaba pagada y nadie comentó nada al respecto, ni quién era el pagador ni nada al respecto.

Cogí el autobús 12 hacia el centro. Un autobús de color plateado y naranja plástico, con la calefacción a todo volumen y una mezcolanza de gente, trabajadores del aeropuerto, viajeros y otros servicios que se fue diluyendo poco a poco a medida que entrabamos en el centro. Me bajé frente a la sede de Sony Entertiment Belgium, o eso decía el mapa, porque nadie había tenido la osadía de ponerlo con grandes letras.


Bruselas central

Volví sobre la ruta del autobús hasta el cruce y crucé por encima de las vías del tren. La moderna zona de oficinas desapareció para dejar paso a lo que imaginaba era Bruselas  típico. A través de varias callejas llegué al parque y miré la hora 08:45. El encuentro sería entre 0900 y 0915 en el parque y si no, en una tienda de souvenirs en la estación a las 1000-1015. El parque Albert era pequeño porque la mayor parte lo ocupaba una pista de atletismo. Empecé a dar vueltas a la manzana. Una vuelta me llevaría unos 15 minutos, aunque con el frío que hacía me encontré haciendo la primera en poco menos de 10.


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