jueves, 31 de agosto de 2017

Capítulo 3 IV


Volví sobre la ruta del autobús hasta el cruce y crucé por encima de las vías del tren. La moderna zona de oficinas desapareció para dejar paso a lo que imaginaba era Bruselas  típico. A través de varias callejas llegué al parque y miré la hora 08:45. El encuentro sería entre 0900 y 0915 en el parque y si no, en una tienda de souvenirs en la estación a las 1000-1015. El parque Albert era pequeño porque la mayor parte lo ocupaba una pista de atletismo. Empecé a dar vueltas a la manzana. Una vuelta me llevaría unos 15 minutos, aunque con el frío que hacía me encontré haciendo la primera en poco menos de 10.

Después de la cuarta vuelta empecé a sentir algo de inquietud y mucho frío. Miré el reloj y vi que todavía faltaban unos minutos. Saqué mi mapa, doblado de tal manera que apenas era un A5. Continué caminando despacio haciendo cálculos mentales. Esto es algo para lo que no soy demasiado bueno, así que prácticamente tropecé con un hombre y murmuré unas disculpas. Me llevaría una media hora llegar a la estación a buen paso, pero no me apetecía coger otro autobús. Ya había decidido de antemano cómo ir, y en autobús llevaría el mismo tiempo y no me apetecía tener desagradables sorpresas, como: "`por obras el autobús se desvía a la porculosfera"' o similares. Me puse a caminar con un poco de energía y, dado que tenía tiempo y suficiente frío, compre un café para llevar en un supermercado a mitad de camino.

Cuando entré en la estación aún quedaban 10 minutos, así que una vez localizada la tienda, me fui a mirar los horarios de los trenes. Si tenía que matar 15 minutos en aquel minúsculo espacio, mejor no forzar la situación o acabaría comprando la mitad de la tienda. Mientras miraba los trenes, empecé a pensar en esa almohada de viaje. Mucha gente la tenía y parecían  tan apegados a ellos como si fuera un juguete sexual. Mi problema era principalmente que no suelo dormir en los viajes, pero si esa gente era tan feliz, tal vez debería. Sacudí la cabeza. ni si quiera estaba dentro de la tienda y ya estaba pensando en comprar cosas.

Me dí la vuelta lentamente, mientras sacaba el gorro y guantes que había forzado en un bolsillo. En uno de los bancos, organicé mi equipaje y me dirigí hacia la tienda. Antes de entrar, la familiar figura de Boone me indicó  con la mirada una salida hacia mi derecha, así que allí me dirigí. El café estaba empezando a hacer efecto y empezaba a tener una incómoda sensación en la vejiga.

-Vamos a tomar un café- dijo Boone.
-Que sea cerca- respondí.

Boone se giró un poco y me miró con preocupación
-Tengo que mear- expliqué.

Boone asintió rápidamente, y entonces supe que iba a ser largo.

Sin embargo estaba equivocado, a unos 600 metros de la estación, Boone me indicó un restaurante de amplios ventanales en una esquina. Nos sentamos y pedimos café y unos bollos. A mi vuelta del baño, Boone me miró, levantó las cejas y dijo:

-¿Y bien, qué va a ser?-

Asentí con la cabeza. -Va a ser que si--. Su expresión no cambió -Pero supongo que tenemos que hablar de muchas cosas, tengo muchas  preguntas-
\emph{-Por supuesto, y por eso vamos a empezar a trabajar en esto ahora mismo-}

Boone explicó que, lo primero, recibiría una visita, la semana que viene, en Madrid. Este instructor me entrenaría en los protocolos de comunicación, contravigilancia y contra inteligencia durante tres semanas. Después de eso estaría listo para empezar el contacto. Debería tejer mi propia red de buzones muertos, protocolos y zonas de emergencia.

El siguiente paso, era el más radical. La financiación y toda la pantalla de abogados, empresas y bancos estaba basada en EE. UU. La idea de Boone y su gente era crear una red en casa, pero dos redes suponían una doble garantía, pues podrían ayudarse entre sí y suponía mucha más gente de una forma adecuada. Manteniendolas separadas lo máximo posible se incrementaban enormemente las oportunidades de éxito. El primer problema era la financiación.

Boone me explicó que el hermano de uno de sus compañeros trabajaba en las altas finanzas y, conocía el mundo. En unos pocos meses, un banquero experimentado en negocios no 100\%  transparentes y un par de informáticos consiguieron levantar un pequeño imperio que básicamente habia comenzado con dudosos orígenes en mercados de mala reputación, pero al cabo de un tiempo, la mayor parte del capital era honesto y la mayor parte de las empresas también. Con manos expertas, consiguieron lo que la mafia en EE. UU. necesitó dos generaciones. Mover el dinero y realmente hacer negocios honestos, manteniendo una zona ligeramente borrosa que, incluso después de un segundo vistazo no era definitivamente negra.
-El tema con las grandes finanzas es que todos esos números no se corresponden a nada físico. Los programas que controlan esas operaciones tienen una serie de reglas programadas, por supuesto, pero no es como si fuesen reales- Boone me miró y por su tono de voz pensé que estaba intentando justificarse.
--Lo mismo puede decirse de muchas de nuestras leyes-- respondí.

Boone asintó sin apartar la mirada de mi --Exactamente. De todas formas es un mundo que no se rige por la meritocracia. Verás, da igual lo bueno que tú seas. Hasta cierto punto, no se trata de lo bueno que tú seas sino de lo bien que funcionas en el grupo al que vas a entrar. Es la clave de los círculos.La gente que busca compañeros busca gente que sean como ellos, como los grupos de amigos en el insituto... hasta cierto punto esas reglas son las mismas y permanecen en nuestra sociedad. El acceso a esos círculos nos permitió tener acceso a la fuente de muchos negocios en un tiempo récord--
-Lo que haremos es lo siguiente: tenemos ya un equipo en el Reino Unido, desde hace unos meses, que está trabajando en el aspecto económico, empresas, pantallas y demás. Son solo 5 en el equipo. Los demás no están dentro del plan.- Me daba la impresión de que Boone estaba ahora recitando 
-Y ellos serán tu  guía en aspectos económicos, en aspecto de suministro, si hay que contactar con empresas, poner cosas en marcha. Tu trabajo será principalmente conseguir contactos, y mantener la cadena de entrenamiento y de seguridad a nivel operacional. EN cuanto los primeros equipos estén formados todo será mucho más rápido. Por otra parte, hay mucho más trabajo que hacer en el aspecto técnico. Desde las edificaciones y organización urbana en destino, modificaciones de vehículos, reducir plantas para transporte, generación de energía, ... -
-¿No habéis avanzado nada en ese aspecto?- estaba genuinamente sorprendido, al fin y al cabo estábamos hablando de los medios para llevar a cabo el plan.
-Si, hay muchas cosas avanzadas, pero necesitamos especificaciones, trabajo de detalle, recuerda que eso es solo parte del plan. Las cosas van poco a poco-- Supongo que en estos momentos no podía ocultar mi escepticismo --La segunda parte de tu trabajo será en una empresa fantasma que vamos a crear. Tendremos varios departamentos para hacer especificaciones y definir el diseño de detalle. Queremos que participes ahí también. No toda la gente de la empresa estará en el plan, pero es un buen sitio para observar gente.--

Boone fue un poco más en detalle contándome el plan mientras paseábamos por el centro de la ciudad, al llegar al final de la avenida des Gaulois, Boone se giró y me dijo:
--Hasta aquí mi trabajo. Si todo va bien, nos veremos en unos meses en EE. UU. Yo cogeré un tren aquí y tu debes volar desde Charleroi.--

Antes de despedirse, Boone metió la mano en su bandolera y me tendió un pequeno ordenador,
--Esta será tu herramienta de comunicación.-- me dijo. Y sin más, se giró y se encaminó decididamente calle abajo.

Como es natural, pasé gran parte del tiempo en trenes y aviones pensando en qué me estaba metiendo. Aparentemente, lo primero sería convertirme en el super espía.

Afortunadamente la semana siguiente no estaría mi compañero de piso, con lo cual tendría algo más de libertad. 

Con todo esto de ser un superespía, por supuesto empecé a ser consciente de mi seguridad. Es decir, especialmente sensible a ser observado y a los controles de seguridad. Sin embargo nadie me dio un segundo vistazo en ninguno de los controles. Un pasajero más. Otro personaje anónimo más.

El lunes en el trabajo fue muy similar a una resaca. Todo sucedía como un poco lejos y, para la hora de comer, pensé que estaba enfermo. En la cola del microondas uno de mis compañeros empezó a hablar sobre una noticia que había leído, donde una serie de enfermedades se habían transmitido por el uso indebido de unas herramientas en una máquina expendedora. Los expertos en sanidad e inmunología nos explicaron a todos con el más exquisito detalle, por qué nuestra sociedad enferma nos iba a matar a todos con máquinas de monedas.

Por la tarde seguí con mi actual tarea. El sistema de refrigeración en el que estábamos trabajando no iba a ir a ningún sitio con el concepto actual. Las pruebas en Viena eran la prueba y estaba preparando una presentación para el jefe. Necesitaba también una alternativa, lo mejor dos, una muy cara y la realista.

Me fui para casa en metro con mi libro, pero no conseguía concentrarme, así que lo cerré y miré a mi alrededor mientras el tren me mecía. Hay una atmósfera especial a algunas horas del metro. La gente que sale temprano siempre tiene prisa, pero a partir de las 6 la gente en el metro sabe que no va a poder arañar nada de tiempo al futuro y que no hay más que dejarse llevar. Así lo hice hasta que pasé los tornos de salida. Es como si te dieran de vuelta alguna parte fundamental y puedas decidir dónde ir sin depender del sistema. Subí las escaleras y paré en una tienda en una bocacalle a comprar unos tomates, algo de ensalada, galletas y leche. Contaba de una cena ligera, pero galletas y leche nunca vienen mal.

Subir los cuatro pisos de viejas escaleras gastadas no era el mejor momento del día, pero siempre subía corriendo pues no quería volver a encender la luz. Tenía ese miedo irracional desde pequeño, por el cual si pulsaba la luz en alguno de los pisos tocaría al timbre por error. Por supuesto mi edificio tenía las llaves de la luz y los timbres en un solo panel, al lado de las puertas. Por supuesto.

Cuando llegué jadeando al cuarto, metí la llave y me sobresalté al ver que no había cerrado con dos vueltas. Abrí la puerta pensando que quizás Diego había vuelto antes de lo esperado y lo que no me esperaba era encontrar un hombre alto, de unos treintaytantos mirándome, apoyado contra el recibidor de la madera carísima de la casera (que nos había dicho un millón de veces que teníamos que utilizar un aceite especial y mover el paño así y luego, con un papel hacer esto otro y...)

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