jueves, 3 de agosto de 2017

Capítulo 2 IV

Así como para Diego el trabajo era hacer algo (para mí) totalmente incomprensible durante incontables horas con excel, mi trabajo era en desarrollo e integración de motores en camiones de uso especial. Realmente suena mucho más complicado de lo que realmente era. Mi empresa adaptaba vehículos existentes a necesidades especiales, generalmente de ejércitos y en ocasiones de otros clientes, como organizaciones no gubernamentales.

La empresa tenía una nueva fachada, literalmente, pues se habían mudado a su nueva ubicación hacia unos meses. La empresa era parte de un gran consorcio de empresas de defensa y en gran medida tenía ese aire apolillado de las empresas y empleados gubernamentales. Sin embargo alguien tenía que hacer el trabajo, y obviamente por menos dinero. Para eso estaba la sangre nueva, que habíamos llegado poco despúes de que la pintura se secase en el nuevo edificio.

Mi ocupación en aquel momento era actualizar el paquete de refrigeración del motor de unos camiones DAF. Algún genio en algún cuartel de algún ejército había decidido que comprar una treintena de camiones DAF de primeros de los noventa era una buena idea... y después utilizarlos en alguno de los teatros calientes de aquellos momentos. Cuando me refiero a calientes, me refiero literalmente a climas cálidos.
Mi habitación, hecha un desastre, después de un largo viaje

En cualquier caso, en mi equipo había dos delineantes y un simulante. Habíamos trabajado una serie de cambios, los cuales implementamos y fuimos a unos de los campos de pruebas del consorcio en Austria, para probarlos. Los resultados no habían sido particularmente alentadores, por lo que teníamos bastante trabajo por delante.

Cuando el día terminó, muchas horas después, prácticamente había olvidado el pequeño ordenador que me esperaba en la habitación. Fui con Diego al supermercado y a la vuelta era demasiado tarde para poner la lavadora. La pila debajo de mi mesa no hacía más que crecer. Entre unas cosas y otras eran casi las 10 cuando entré en la habitación, cerré la puerta y, sentado en la cama, empecé a organizar la bolsa de viaje. La mesa de mi habitación tenía un pequeño cajón debajo y allí fue a parar el pequeño ordenador. El sobre con la documentación fue a parar al fondo del cesto de los calcetines. Aunque tenía mucha curiosidad por saber qué contenía aquel archivo digital, estaba muerto, así que después de lavarme los dientes y desearle buenas noches a Diego, me fui a la cama.



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